Solnado fue un profeta
En los hospitales públicos, hasta la vergüenza se privatiza, los escalofríos, los espacios deshumanizados, donde se relativiza el sufrimiento humano, como si fueran especímenes comunes, todos iguales, todos iguales, todos uno, el dolor nace como las ostras dan a luz perlas, la negligencia coopera en los turnos, en las tardes, cuando se acerca la hora del fin del día y antes de que llegue, se hace necesario mostrar servicio, se corren las cortinas, se inyecta serenidad en la ansiedad de los pacientes para que no hagan alboroto, solo lo hagan después, ¡en el siguiente turno de sus compañeros! En los hospitales se instalan vicios, se programan pruebas, confinamientos, catéteres y catéteres para algunos pacientes que esperan una eternidad a que les asignen un médico, y los tontos se engañan con el dinero de los contribuyentes, para que llegue el siguiente, pacientes en camillas en el pasillo, programan otra bacinilla, otras ganas de trabajar, otro café, otra enfermera, porque todavía es principios de agosto y todos viven con el sol colgando sobre profesionales de vacaciones, en huelga, de baja, montan una carpa, llevan pizzas y charlas en redes virtuales, y el médico a cargo del paciente fue a otra sala de urgencias, donde no le pagan por tratar la enfermedad de la supervivencia. ¡Sus excelencias van a la agenda privada, corriendo entre el turno privatizado y el hospital público! No hay vergüenza, señor, si la enfermera no viene, póngala usted mismo, porque está más cerca, y pinche la misma vena diez veces, alegando que el paciente ni siquiera tiene venas, que lo que tiene son mocos, y yo estoy cansado, no soy enfermero, soy médico y cada mono tiene su rama...
Un día, no estamos lejos, pero me arriesgo a convertirme en quien profetiza desgracias: se prescindirán de las enfermedades, es decir, se recetarán, del catálogo de buenas intenciones, como las bromas, que profetizó primero Raúl Solnado: esguinces, diablillos, picos de loro o fiebre bitoque, o un simple dolor de estómago, y se acabará la carrera en la lista de prioridades de los sucesivos gobiernos; se venderán montones de suspiros, paciencia y gratificaciones a sus excelencias, los difuntos, y se programarán media docena de bejekas más en Badalhoca (no hay más). ¡Couratos, ni estómago, solo quejas vacías) y sándwiches de jamón! No hay pandemia, porque este confinamiento intermunicipal ha acabado con las molestias de muchas parejas, y ya que estamos, que el silencio y las predicciones se vean como señal de peligro para que no llegue una revisión constitucional, o se vaya la esperanza, la confianza en el futuro, mezclando, como abono de loto, la basura restante que estamos empujando como estrigas en este país plantado junto al mar, añadiendo a la enfermedad, la injusticia de postre, nacidos y martillados, ayunados sin café ni trabajo, ¡y luego invocando al roble para que nos preste democracias y simulacros de posteridad! ¡No aplaudan el vergonzoso estado de salud, ni tomen antidepresivos que promueven más de lo mismo, usen la naturaleza para combatir el estrés, mastúrbense, porque Solnado fue un profeta y si estuviera aquí, ya habría vuelto a golpear la sartén!
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