Un último cigarrillo con el permiso de Saturno



El crimen y el castigo es una especie de verdad o consecuencia. En una versión más jodida. El Rodión de Dostoievski estaría de acuerdo conmigo. 

El segundo es un juego para preadolescentes, el primero para adultos que están drogados. Ninguno de los dos da resultado.  Ni la verdad ni el crimen. Si valió la pena, valdría la pena. Y dice la sabiduría popular, que está unida a nosotros, así como los piojos y el escorbuto están unidos a los marineros de la época medieval: siempre vale la pena, cuando el alma no es pequeña. Era lo que faltaba, siendo grande el castigo y el crimen y pequeña el alma, todo debía obedecer a una visión simétrica y concordante. La bota tiene que coincidir con la perdigota. Así, por grandes crímenes, grandes castigos, por grandes verdades, grandes recompensas. La verdad debe servir como recompensa a un alma del mismo tamaño que la verdad. 

Y como estoy en una marea de filetes de merluza, con Neptuno en la cola y Marte retrogradando a través de mi Venus arriba y luego derribándome a la casa del yo, sí, arbitro y condescendiendo con Marte en mí, merezco un cigarrillo. Hoy me lo merezco. Y han pasado quince días. ¡Es solo pastilhinhas azules, como viagra pero más pequeñas! ¿Es cierto que nunca volviste a fumar? Es cierto que nunca volví a fumar... sin sentir esta culpa pegada a mi glotis, casi estrangulando mi cuello. Este compromiso es muchas cosas, especialmente cuando se hacen con otros. Por eso condescendí. ¿Cómo? Con solo responder así, dime Plutón desde su nuevo trono, en Acuario, trae la muerte, por favor. La versión más fea, la original de 1968. Y aquí viene el Hades, frente a mi sol, como un perro sarnoso con veneno. Y abro la ventana. Y me azota con su mirada, con el pelo largo, lacio y oscuro, con matices de azul eléctrico y una mirada penetrante. Si supiera que el Hades del 68 era tan "interesante", juro que ya había tenido esta conversación con él antes. Me recuerda al guitarrista de Kiss. Y yo, que soy viejo, pero todavía joven, que vengo del 68 pero todavía convivo con los del 44, me doy el lujo de ser condescendiente conmigo mismo, yo que siempre he sido exigente con los demás, pero empecé conmigo. Me convertí en una baldas, permisiva y laissez faire como las demás a las que estaba acostumbrado a ver y criticar, aunque me resultara mordaz y silencioso. Vete a la mierda. Vete a la mierda. Y lo repetí unas cuatrocientas veces: ¡VETE A LA MIERDA! Hasta que entendí que ese fuck you era para mí y para mí conmigo. Y ahora, vayamos a los hechos. Mientras la mierda de los monólogos está hecha y rehecha, la caja del sg ventil blanco, gris, ya está toda abierta, toda a horcajadas y Hades me miró de nuevo. Me midió el pulso, los miedos amenazantes y las pesadillas. ¡Vas a morir! Y yo le grité: ¿tú también quieres un cigarrillo? 

Y allí estábamos, Hades y yo. Él sentado en el borde de mi cama y yo sentada en el borde de la ventana, con la soberbia oscuridad acechándonos como si fueran los pequeños vecinos que miran a los amantes que se esconden debajo de la cama en la casa de otra persona. Bajo la ventana a buscar el puto encendedor, que ya no sé dónde se detiene pero es fácil, porque en la casa de los fumadores hay encendedores y ceniceros, más que pan. Y hasta me recuerda a mi penúltima boda, había más botellas vacías que en una bodega regional. Y encontré un encendedor bic en el cajón de la cómoda. Las persianas se abren, en dirección al tanque y al cerezo. Al fondo, en la casa del padre Pimentel, aparece una luz encendida en la ventana. Sin gatos, sin lunas llenas. Está solo en Aries, extendido en tu ascendente, blanco, helado y distante, casi como tú. Casi como yo. El pijama de ladrillo. Las flores son rosas. Y mientras miro a Hades, enciendo la mierda del último cigarrillo de un convicto. En este caso, de una mujer condenada al exilio. Tortura y soledad. Y empiezo a hablar al Hades en mi propio idioma, tejido con mis propios dolores, que sólo yo conozco, cuyos predicados tienen su propia nomenclatura. Excepto cuando les quito el nombre y el espacio, los moldeo como un yeso que representa estados del alma. Y Hades atento, levanta la ceja, mira las cutículas de sus uñas, raspando el suelo con sus muñones. Veo humo. Pero no es de tus fosas nasales. Es de mi cigarrillo que arde el espacio de oxígeno y la oscuridad mansa y apagada de diciembre. Y obligo a Hades a fumar un cigarrillo, porque no soporta lidiar con mi lenguaje, creado para mancharlo de quejas. ¡Venga, sí! ¿De qué sirve el Hades, si no hay un libro de quejas? Tengo tantos, ¿dónde podría guardarlos, desde que nací? Si quieres que me muera, dame un libro para quejarme de esta vida infame. Quiero la gloria de los ríos, de las montañas, quiero la trinidad en lo alto de las higueras, los besos de mi amante bajo ellas. Quiero que las rocas estén todas rodeadas, como si fueran olas en el día del juicio. Quiero menos modestia y más amor, por favor. Y si tiene que haber hipocresía, que sea el nombre que se le dé a un callejón sin salida, donde no hay riesgo de contagio o imitación. Quiero que el niño que fui me deje y no se sienta abandonado, quiero que todos los niños estén vivos, que pertenezcan sin miedo a ser engañados, maltratados, quiero tanto para mí, como para los demás. Y si quieren que me muera, yo también quiero morir. Que estoy cansada de respirar, de existir, de sobrevivir, de no valer nada, de que todo esté hecho de excremento de burro y mentiras tontas, de que todo sea engañado, quiero ser un alma, pero no perdida. Es solo que estoy cansado de ser maltratado por la vida. Y Hades no habla. Siempre callado, aferrado a las cutículas de sus uñas, solo queda pedirme una puta lima, y hasta le conseguiría una manicura, pero no se irá de aquí, sin terminar de desentrañar mis cuentas. Y mientras hablo, escribo, mutilo el libro de las quejas plutonianas, lo veo romper el paquete de cigarrillos, de fumar uno tras otro, de robarme el encendedor, el cenicero, el aceite de oliva Hades, que al fin y al cabo dejar de fumar es correcto e incluso fácil, que hasta eres un tipo guay, pero si tuvieras mi vida, Hades, serías un gran cenicero andante. La tortura habita ahora en el Hades. Y él en llamas y yo en llamas, él por no estar acostumbrado a fumar y yo en llamas por no estar acostumbrados a la silla caliente de la locura del Hades. Y para crucificarlo, parto de cero. Cuando nací, no quería nacer más, pero me dijeron que era demasiado tarde para arrepentirme. Aceptado. Lo pensé. Hice una pausa e incluso me sonrojé, de dolor, asombro, tortura y lágrimas. Que la madre que me ofrecieron ni siquiera me dio la recompensa por tanto dolor, por un viaje tan largo. Vino de lejos, llena de sed y hambre. Sin saber ni siquiera respirar. Y ella se volvió a un lado y se durmió. El resto de los adultos, solo porque no lloraba, creían que era feliz. Y abrieron vino espumoso. Y lo sequé. Ni dulce ni semidulce. Allí me envolvieron en pañales y yo estaba adolorida y y me dormí del frío. Con pesadillas de estar adentro contraído, enfermo, arrepentido de la misión. La misión no podía ser abortada, caducaba la fecha del plazo de dicho castigo. Y luego, muchos años después, le revelé que antes del abandono, yo ya estaba abandonado. Vino a cumplir algo difícil. Perderlo todo. Hasta que llega a la nada. Que ya tenía allí, desde el día en que nací, que eso me estaba garantizado. , cállate, te voy a comprar un chupete para que no te escuche llorar. Si me hubieras oído gritar, en el momento de mi nacimiento, Hades, nos habríamos cruzado mil veces, tú y yo. Muchos libros de quejas se habrían llenado. ¿Quieres ver que solo tengo obligaciones y ningún derecho? No vine a expiar, vine a cumplir. Y hacer cumplir. No vine a medir el pulso de nadie, vine a aprender y enseñar. Y si era para pasar hambre y deshidratado, sufrir eczemas y dolores de abandono, me había quedado en mi reino, cumpliendo otro tipo de castigo, que aquí llamáis nirvana. Mira lo que te digo, Hades, cuando Cuando me voy para siempre, no hay más cigarrillos, no más morderse las uñas. La cosecha solo dura hasta que se lavan las cestas. No olvidéis que yo no olvido. Todavía estaba en la página 365 del libro 7, Hades ya se había quedado dormido, congelado, a través de la ventana abierta de diciembre, se despertaba estreñido. Lo acurrucé en mis mantas, después de cerrar la ventana, le puse su pijama de rayas verdes y hasta le canté la luna que gemirá en Géminis. Alrededor del día 15. Pero la 14 ya está gimiendo y yo estoy con ella. Y tú también, Hades. Que es decirle a tu jefe, Plutón, que no he venido a ser fácil ni a ahorrarles la vergüenza, que no he venido a ser una cuchara de madera para toda la masa de gachas, que quiero contarlo todo, tintín a tintín, pan, pan, queso, queso, y no açordas que vomito! Por lo tanto, le cuento cómo se revelan las inhumanidades aquí abajo, amenazándolo con el despido, si no me envían las actas de mi misión de nacimiento. Ven Venus en persona, ven Saturno y un pedazo de pan de maíz, ven la luna negra, juno, la vesta, ven todos en la misma canasta que te hago un envoltorio de Navidad, quiero ver, con estos ojos que la tierra ya no comerá, quiero verlo todo, dónde está mi firma, mi mesita de noche, quiero que me corten la lengua,  Los tomates cortados, la barba cortada, quiero al eunuco sentado en el Santo Oficio, mostrándome a qué he venido, si era por estos desengaños, estas tabernas de asnos, estaría mejor empleado en el cielo, lavando cometas. ¡Lanzando cometas, ensayando obras de teatro y debitando berbicachos! ¿Vine por esta mierda? ¿En tantos actos? Recibir golpe tras golpe, ser engañado desde el momento en que nací hasta que morí 3 veces, ¿qué diablos es este negocio, qué engaño había aquí, que solo veo ladrones desde el día en que nací? ¡Tráeme otro libro que aún no estoy en cenizas, que aún no armo fénix, todavía no trepo a los árboles, todavía me contengo con humanidades! Estoy cansada, descontenta, que aquí todas las mentiras arregladas, todo el crimen organizado tenga una recompensa, ¡¿pero incluso me niegan un acto de contrición?! ¡Soy el mayor tonto de 68! Quiero un abogado jubilado pero que no hable gallego, que venga de la mejor raza, que venga del ministerio más serio, y que no lleve delantales, sin granos y sin logies, ¡faxavôr! Quiero un defensor equilibrado y honorable de la justicia, no, Hades, no puede ser humano, tráeme a Dios, solo él puede honrar mi nombre y actuar en mi defensa. Y ahora, Hades, duerme, porque mañana, cuando te vayas, jugaré a las cenizas y llevarás mi petición a los cielos. Y si es necesario, le hablo directamente a Plutón. Y si no, nos volveremos a encontrar, es más año tras año. O más mes menos mes. Es solo que Marte retrógrado, me trae el recuerdo de la sombra del miedo y y el coraje que necesité para vencer está en las verdades. Ahora duerme, que mañana Hades o Hades no. 

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