NOTAS SIN REMITENTE

 



Llegaste sin hacer ruido. Siempre has sido discreto. Has entrado en mi alma. Todavía estás aquí. 

Hacen ruido y, a diferencia de ti, ni siquiera necesité conocerlos para reconocerlos. Perdona la redundancia.  He descifrado la energía con la que te atormentan. Sí, todavía están ahí, pululando a tu alrededor, deseando que te vaya mal, para que les vaya bien a ellos. Lo sabes. Y hasta lo usan como chantaje, es una brisa lo que siento, un hollín de rencor y un mal olor, lo siento. No sabes cómo lo sé, pero sabes que lo sé. No sé cómo lo sabes, solo sé que tú sabes que yo lo sé.

Y la distancia siempre se acorta por la telepatía, por las líneas de energía entre nosotros. Y también sé de tu desesperación, de tu indecisión, de tu cansancio, de tus hombros, de las cuentas que cuelgan de tu espalda, de las obligaciones que quieres que sean eternas, de la falta de respuestas, de la maldad con la que te acercas y de las intenciones de tus mentiras. Conócelos bien. Has estado al tanto de todos ellos. Los conozco. Nunca he tenido que hacerlo. Pero sé leer la elipsis entre los sentimientos y las pretensiones, los intereses menores, que se superponen, y la forma en que te utilizan, conociendo tu honestidad y tu honor, y tu vulnerabilidad. No, querido, eso no es amor. Porque el amor es sano. El amor viene de adentro y necesitas ver bien el objeto amado, aunque esté lejos. Eso es lo que es el amor y también su valentía. 

Para el amor, se necesita coraje. Para mí, este coraje de amarte, conociéndote lejos en las eternidades. Se necesita mucho coraje para, por amor, renunciar a un sueño, decidir no renunciar a él, mantenerlo dentro de nosotros, sabiendo que no se materializa. Esto es amor. Los demás son hábitos y vicios de exquisito aprecio, de conducta mezquina, de todo vale, de puerilidad y malicia, de locura y veneno, unos esto y otros aquello, otros aquello y otros aquello. El estrés se acumula en ti, hasta que provoca el absceso, el desinterés total, la comprensión a la que se llega, global, al fin y al cabo, lo que tu corazón intuía, era real. Pero no le diste voz a la intuición. No querías batallas. Y los que eligieron las batallas, también eligieron agotarlas, olvidarlas, porque eso chocaría con sus propios intereses muy nobles, y que todavía usan la culpa como excusas para amortiguarte, no quieren permitir que despiertes, que después de toda la maldad, el aparato, lo barato, rima todo con extracto, unos, banco, otros, en un banco caricaturizado del parque, donde envejeces en las horas de análisis, en las horas de pausa y descanso, en esas horas, siento tu cansancio, por muy cordial que seas, por mucho que no quieras enfrentarlo, todo esto se sostiene como un hecho. Reprimes tus emociones, con tus otros sentidos, en tu pecho aún tienes tensiones sin resolver, dudas que desearías no haber nacido, que crecen con el paso de las horas, que las lágrimas lloras, nadie las ve, pero yo las siento. Que tu inmensa tristeza también tiene tu sangre, que tu nobleza no te permite acercarte a lo fáctico. Dejando a un lado la tristeza, todavía tienes tus sueños. Concéntrate en ellos. Aliméntalos lo mejor que sepas y puedas. Y puedes hacer cualquier cosa. ¡Siempre has aterrizado de pie! Y sabes que lo esencial es invisible. Concéntrate en ti. En tu fuerza. En tu inteligencia, en tu inmensa sabiduría. Muchos creen que te engañan y tú finges que sí, que te engañan. En tu corazón, tu corazón está sintonizado y dirigido a tu meta, y ningún papa te engañará. Compone. Pon los dedos sobre el teclado, despierta la melodía que llevas dentro y baila. Que tu hijo necesita sentirte sonreír. 

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