REDACTADO

 



Tengo miedo de mirarte. Ya te lo he dicho. ¡A ti no! Me expliqué todo a mí misma correctamente, hablando directamente solo a la chica ilusa dentro de mí, que la mujer que soy hoy ya ha entendido y continuará. Y este niño que soy, me mira dulce y confuso, que espera milagros, que saca conejos de la chistera y convierte mis brazos en palomas de paz. ¡Un cuenco de cerezas transformado en besos, en tus besos dulces y únicos! Tengo miedo del escalofrío de perderte, incluso cuando no te tengo. Porque siempre te tengo en mí. Y me temo, al fin y al cabo, que hasta eso me podría robar, cuando me lo dijiste, si me lo dijiste, si me lo tuviste que decir, sabes Cristina, no, no sabes por qué no te lo dije, sabes que te olvidé, que cuando te miro, no veo lo mismo, veo otra, veo a otra mujer, ¡ya no veo a la misma! Y el miedo a esas frases pronunciadas por tu boca me ciega y es este terror el que puede hacer más que mis piernas, que mi eterno anhelo, puede hacer más que nada, porque te he perdido físicamente. ¡No puedo permitir que me roben ni siquiera lo que guardo en mis recuerdos! ¡Qué triste sería, peor que el sombrero de un pobre! ¡Hace tanto tiempo que no te abraza, todos los días te abrazo y te beso en mis sueños con los ojos abiertos! Así son las cosas, pero cuando nos hemos ido, ahí está la parte de Virgo en mí, meticulosa haciendo espacio para el rigor. Pero perder la imagen inmaculada de tu boca abierta, mientras te sostengo por el antebrazo y te suplico, suena su música, me toca la marcha fúnebre, cuando todo lo que quería decirte era abrazarme, el deseo me quemaba las piernas, mi pecho, ya ves, necesitaba tierra, Volver a un momento de dolor, para que no te arrepientas, para que te dieras cuenta de que era yo, ahí delante de ti, y yo para asegurarme de que eras tú quien me sonreía, quien con voz ronca y baja me preguntaba: ¿qué quieres que toque? ¿Estás seguro de que eso es lo que quieres? No oíste mis ojos, ni la llama que me quemaba, ni el tumulto de la voz que era difícil de controlar y sin embargo se apagaba en llamas. —Sí, toca mi marcha fúnebre —dijo mi boca, la estupidez de mi boca, en lugar de susurrarte el beso que te supliqué en otra más tarde. ¡Dame uno, solo uno, dame uno o dos! Y miro a la criatura que soy, que no tiene más de cinco años y que me mira sonriendo, como pidiendo un helado, que me pide, en vez del helado, en lugar del krispie o de la pata de palo, pide un beso a la amada, pide una flor, un poema, un abrazo tuyo,  Y la sostengo pequeña, La abrazo y son mis brazos los que me aprietan y me impiden sollozar, la muchacha que guarda la mirada de un perro perdido, el amor anda suelto dentro de nosotros, de mí, de ella, entre nosotros, entre ella y yo, suplicando por la amada, que el amor está suelto y no pierde su dirección, en el anonimato de otro abrazo,  Ese mendigo descansa y se recuesta cansado, de tanto suspirar. ¿Saber? Tengo miedo de mirarte. Te imagino una rana, con ojos feos, con una enorme boca cerrada. Y le prometo a la niña que los milagros suceden, pero no esta vez, tal vez en otra vida, ya sabes, niña, ¿sabes? Los milagros suceden, querida, suceden en otras modalidades, pero no en el amor, no en esta, ya no tenía que ser. Y mientras tomaba un café con una amiga, entendí que la chica dentro de mí subió a escucharlo todo, tan pronto como escuchó tu nombre. Ambos escuchamos el mensaje. No hay ningún malentendido. Está el seguimiento de tu vida, oh chica, sigue con tu vida, haz lo mejor que sabes, ¡olvídalo! ¡Olvidar! Y yo sonrío y ella sonríe, le pregunto, sonrío, y le canto la canción, la nuestra, en el camino, sé que escuchaste el mensaje, sé que los escuchamos a los dos, esa nota hablada en tercera persona del singular. Primero es extraño, luego está arraigado, sin necesidad de moretones, de dolor insoportable, sin posponerlo más, despertar, irse, tantas cosas en las que pensar y entregarse para volver al pasado, muerto, enterrado, ir, grabar todo, porque necesitarás escucharlo una y otra vez, y si es necesario, si realmente lo necesitas, grabarlo en papel, publicarlo, ¡así que no hay error! Y yo le dije: ¡Te aseguro que no moriré, no lloraré, ya te lo dije! No, te juro que no moriré, te juro que no morirás, te juro que lloramos hoy, ¡pero mañana no! Y mientras te canto y te escribo, te digo en voz baja: mañana, te lo prometo, descansaremos de este amor, olvidaremos que es una carta sin remitente, que es una carta imposible, que es lo que tiene que ser, borrar, ¡Seguir, enfrentar, continuar, por favor, cántame, te lo ruego esta vez, cántame para que no nos escuches llorar! Ya en la seguridad del refugio, como un puñetazo, la conversación, como el final de la obra, el final mismo, y sin finales felices, le replico, Dios mío, cómo creció todo, de la nada, de una esperanza, de una mirada, de una llamada, de un bocadillo y de nada más, ¡cómo creció el anhelo y el dolor y el anhelo y el amor! ¿Cómo engordamos el afecto, cómo llegamos hasta aquí? Y la niña con su vestido de godé, con mariposas con las alas abiertas, me limpia por dentro, me abraza, me cuida, los milagros suceden en otras modalidades, ya verás, que debemos recordar esto y sonreír o si no? O sonreír, o bailar, olvidar, escribir, viajar, correr, crecer, pero el suelo de asfalto caliente se derrite y crece a medida que el coche sigue por la carretera, a la sombra del nosotros, Ni una nube, ni un coraje para seguir adelante en otros más tarde, en otras latitudes, cántame ahora, toca mi marcha fúnebre, sí, llámame sombrío, sí, ¡no me dejes extrañar lo que no puede ser! Y baila, niña, baila, mientras escuches la música, ¡baila! Y sabes, mi amor, eres eterno, como la música que sigo escuchando. Tú eres la tierra que se levanta de mis pies; Las leguas de distancia que nos separan son, al fin y al cabo, la distancia de seguridad, que no se puede borrar y que, si quiero, una lengua de mar, una insua, un puerto y un ancla, salvando al niño de la realidad, solo tengo que subir a la cabeza, sentarme en la presa del Vilar apoyado en la explanada, en la orilla de aquí, Perlimpimpim, la magia sucede, nunca desapareces, sigues corriendo como un río, no hay piedras ni obstáculos, te deslizas libre y yo corro a tus brazos y siempre sostienes a esta chica que no tiene la menor idea de lo que significa olvidar! Es más bien un preámbulo, piensas, pero por mi parte siempre habrá una nobleza obligada. Es decir, ¡perdón por cantarte! Y así, retratado de este oficio de amarte, sigue sin sello, sin cota de malla, sin expreso y sin deseos, que es como decir, mi amor, mi gran amor...




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