La carta enigma

 


Caliente y frío o el sinsentido. O bien, esquizofrenia por Mercurio retrógrado. O incluso: El enigma del silencio o tal vez El fraude por ser expuesto. En el juego aprendí del mundo. La no respuesta.

Caliente y frío, el juego que aún llevo firme en el pecho. Y estoy jugando de la manera que es posible jugar. La de la vida instalándose en mi pelo y en mi pelaje, en mi frescura de ser humano, en el intersticio del fraude que los veo, rehenes y prisioneros, cometer, el intento de silenciar lo que quieren transmitir. Y no pasarán. Sobre mi cadáver. Y hago un escándalo, porque ya es tarde, para lograrlo. Escucha los latidos de mi corazón, como la lluvia que se asoma por las ventanas de las oficinas donde te instalas para cometer diabetes glucémicas con quienes nunca has visto y nunca querrán conocerte. Tal vez la funda de almohada, la mañana, la novena sinfonía del diablo, que vea nacer el verdadero clavel que escondes. El burro puede ser burro hasta tarde. Pero el verdadero perro que muerde es el que no ladra. Y yo ladraré por ti. Hasta que mi voz se escuche en el cielo, hasta que mis antepasados ​​te demuestren que bajé para ser libre y recto dentro de mis ideales. Y por si fuera poco, cambiaré el adjetivo por otro más bonito, el del payaso de circo que pidió su jubilación. Fue al día siguiente cuando lo extrañaron, como se extraña a un chivo expiatorio. 
Ahora, sólo te hablo a ti, que me entiendes, porque es a ti a quien siempre hablo, ya sea en los monólogos en solitario, en los borradores del diario de la sombra o en el papel virtual en línea. Por favor, apúntame y guía esa batuta, suéltame la lengua y tráeme tu agenda para componer el manifiesto anticorrupción, antiminas y antifascismo. Yo soy de otros campamentos humanos. Traigo tijeras, bisturí, espada, puñales, traigo las moiras y vengo vestida de organza y simbolismo, para espantar la infame hipocresía de la gente tibia, rimando con cornudos a todo el que conozco, en su reverso. Y os dedico el anexo del juego de la vida, porque así me habéis conocido, y será como renovaréis vuestra mirada, dirigida a mí, tal vez inclinada, en este texto.

La pared estaba frente a mí. Perfectamente enmarcado en un pasado que no era el mío. En otras palabras, solo tuve el paso del testigo, la lectura del momento que no era mío me obligó al secreto amoroso de este juego caliente, frío y tibio. Quemando para mí. Lo que quiere decir que soy reacio a posiciones intermedias, a menos que eso implique violencia y entonces, ya sabes, me retiro y cedo, levantando como bandera la paciencia, pero es ante la bandera del ser entero que no acepto manipulación, el juego ha comenzado. El que no entró, que entre; quien entra nunca sale, y así sucesivamente.
Era ahora o nunca y dejé caer la carta, doblada en el diseño geométrico más pequeño, en forma de ala triangular. Entre la grieta de dos piedras superpuestas, con una esquina desgastada, elegida a propósito para encajar allí, y por supuesto, solo en mi corazón vivía la mujer niña feliz que escuchaba el entorno como una profecía de este silencio, que se salvaguardaba en la familia, con la esperanza de que recordaras, el juego que no era nuestro, pero que también nos pertenece. El juego de la vida, del calor y el frío, donde la primavera llega y calienta y el otoño llega y enfría, a veces en décadas extendidas para durar más, para sufrir más, por el cautiverio elegido de este juego, en este tablero de la vida, donde un día, alguien, al azar, golpea la "cabeza" del otro lado, del oponente, y hace jaque mate, sin matar, o quizás, matando poco a poco, lentamente, para herir más, pero te dije que, también en los refinamientos de la crueldad, o en la ausencia de conciencia y detalles, ¿somos elegidos al azar?, cuando no sabemos jugar, al no conocer las reglas, ni adaptarlas a nuestros intereses, en un solo día, en una fracción de segundo, vivimos todas las estaciones, el escalofrío del miedo, de la ruptura, el escalofrío del frío, del abandono, el calor invitador de volver a empezar, incluso sin fuerzas, arrastrándonos, humillados como tristes payasos, elegidos como bufones de la corte, y, quizás, si los dolores y las heridas no son profundos o, en algún camino, son obsoletos, quien sabe, la suerte puede besarme de cerca, tú, el volcán del verano, el pico de mercurio en nuestro cuerpo, la pasión, la sangre interior y noble, lo opuesto a lo vil, elevando las temperaturas sublimes, las puntuaciones de Dios, que el amor puede ser revolucionario, cuando le damos atención u oportunidad. Y en la letra alada, de la geometría de los dioses, que abres por partes, desmontas la pirámide, y te encuentras con la base cuadrilátera, para reconocer la letra incierta, el garabato complejo, la profundidad o superficialidad del mensaje, la descripción del viaje, sin reglas, sin metas, por ahora, dispuesta solo, como el dulce calor de la primavera, en los racimos de glicinas, en la suavidad del decir oh, cayendo como un suspiro tibio en la calidez del ocaso, en un largo atardecer, mi barbilla en tu hombro, llenándote el pecho de aire, mi brazo abrazándote en el enredo y la magia volviendo, y se le pregunta al lector, si se lo permite, que pregunte a su ojo izquierdo si el otro ojo quiere leer, y el otro responde que ya lo está anticipando, desplegando más geometrías que se sostienen en la trinidad, que el barómetro meteorológico, pudiendo ir de caliente a frío, puede invertir polos y congelarse y todo es perspectiva e introspección de quien sostiene la letra en mano y la usa a su manera y placer, que puede ocurrir que sea de noche y no haya suficiente luz y el alma sea convocada, el llamado solo se internaliza cuando el lector tiene pleno acceso al contenido del mensaje, que una simple regla puede distorsionar lo que ya nació torcido, o que se vence la creencia de que somos ciegos, limitados por otros y sus reglas difusas y, al identificar la vida, gritas acalorado al sentirte golpeado por la ola que se acerca a la historia y te ves pintado y entero, gritas lluvia y he aquí, de tus ojos desiguales, pueden caer las primeras lluvias tropicales, destempladas, sobre esa toalla de playa donde un día, muchos días, viniste a contar las olas, conmigo a tu lado, amparado por tu distraído vagar por el mar, donde reventamos lava, sin extinguirnos jamás, me viste entre la danza de la lluvia con las olas, en la camiseta de Korg, como si allí nacieran los acordes, en el cambio de paradigma anticipado, basado en el blanco, todo ese azul, el barco de fondo componiendo el tablero de la memoria, el pequeño entre nosotros, en una fobia a los granos pequeños, luchaba contra la arena, creyendo que se lo tragaría, si pudiera tocarlo, y era rocío marino, era sinfonía y surf, alta mar, sobre la alfombrilla del teclado Korg, tus dedos insinuaban, el soporte de nuestros pasos hacia adelante, y dijiste frío, cuando me refiero a ti en el pasado lechoso del día, ese que te robó de mí, que aconteció, ese en que le diste la espalda, a la melodía y, sin querer, ni creer, la hiciste disonante, ya lejos del mar, en un largo tiempo sin respuestas, ya lejos de todas las promesas, y gritaste frío y yo también, sin tocarte jamás, estando dentro, molestando, raspando, rasgando la corteza de nuestro torbellino interior, de la osa mayor, de los instantes deslumbrantes que dictaron la distancia, la consecuencia; y todo se adelantó y se impregnó de vacío, de estar hueco y ausente para combatir la magia que una vez estuvo presente, el gafe, la brujería, el sortilegio del juego diabólico de las reglas falsas que otros nos jugaron, en la forma fea y oculta de hacerse pasar por persona cuando no se es adulta sino siempre adúltera, silencio mi voz para medir tu impedancia, tu recreo, pero el juego sigue, desdobla la última solapa y encontrarás lo que empezó y en esa parte de la letra termina donde una vez empezó, la rosa de Hiroshima, mi amor, que vuelve al calor y al calor extremo, cuando te das cuenta que ni entonces, el volcán se apagó, que pregunta dónde y busca señales, entre las noches donde el insomnio te cobija y gritas, todavía de la herida, todavía esta herida haciéndose sangrar, todavía, todavía el tumulto, lo que murió no está muerto y fue silenciado por fuentes externas a nosotras, y nos lees y miras al costado, no estoy, porque estoy dentro, y es desde dentro que te hablo, que te escribo, que te siento y que presento, como destino de esta carta, otra década de absenta, de escapismo, sólo presento pero manifiesto su contrario, y digo abundante y generosa, más que tibia, urgente, ardiendo en la incandescencia y en la emergencia de necesitarte, mi amor entregado a un muro imponente que creció del tiempo, y te dibujo la flor y el poema que me regalaste, y añado otro, un signo de tu ausencia creciendo como un apéndice, dentro, interno, y expongo el nervio, para tu consideración y aunque sólo sea tibio, si haga frío o hielo, te digo que en mí nacen frutos de las flores que un día sembraste en nuestro jardín, y que cosecharé sola o acompañada, en verano sobre mi piel. Yo haré miel de esta cosecha de la que un día fuiste el jardinero. Te digo, escaldadura, hija del Verano Caliente y de la Primavera de Praga, pisando ligeramente la tierra, rumiando las piedras que pusieron para alejarme y la lluvia cayó y no se llevó, solo lavó el amor caliente, escaldado que te sirvo en la muralla del Castillo, apoyada en la ventana, desde donde puedo ver el mar, por la fe y este juego que empujé al papel, fue la vida que me dio, y dijo: Quítate la ropa y vete al mar y goza la oleada de la sinfonía en fa sostenido bemol, antes de que llegue otra ola y te lleve, te cubra, te encierre en el lugar donde te dejaron marchitar hasta ahora, usando el cebo, el anzuelo, el asterisco ya ilustrados, y lees mi firma, nombre y apellido de familia, pero el juego está mal, añado una nueva regla y del volcán dibujado renacieron casas, patios, árboles, flores y animales, y tantos mechones de hierba y tanto de mí que conservé, que me pregunté si aún existía aquella grieta en la muralla, porque yo Desperté y no sentí el calor de tu cuerpo ni la dulzura de tu mirada, garantizándome la experiencia física y lúdica de manifestar la realidad. El juego de la vida mezclándose en el sueño y yo gritándole a las olas, a la tormenta que golpeó mi cuerpo y a mí, siempre yo, toda yo, contradiciendo con la música, la tontería del maestro enseñando al alumno que la vida es paciencia, un poco de virtud en la espera y la primavera siempre floreciendo, incluso cuando no dices nada, ni siquiera por favor, cállate, cuando no gritas y solo escondes la palabra en el silencio, que amordazaste entre tu lengua y tu glotis, entre tus dientes, y grito por ti en esta habitación, y deletreo de nuevo el lugar, y renuevo los adjetivos del juego, helado, frío, caliente y escaldado, donde veo las montañas y el mar y grito, sin que me oigas, tu nombre que es una especie de código para salir de ti y entrar de nuevo en mí y angustiada, la palabra fresca me deja. Es la pintura en la pantalla de este juego que está empezando a desprenderse y pide ser reciclada. Y entiendo que el muro era, después de todo, la metáfora a través de la cual el personaje de la historia real se alejó del calor, provocando la ruptura de ese amor. El primero. El fresco será realizado por otras manos distintas a éstas. Sí, es genial. Doblo de nuevo la carta, un ala, un triángulo de esperanza en la solapa de tu indiferencia, en la materia del niño, cuando vuelvo a desmoronarme, en polvo, en cenizas del fénix rumbo al cielo, que es de donde vine y a donde pertenezco, en un día rápido, no este, el día en que una larva se convierte en mariposa después de un estrecho nacimiento de nosotros, le corto la trenza a Rapunzel, te dejo sin escalera, sin escapatoria, sin nada más, me deshago del baile, del dúo, eliminando el tenue calor de lo tibio, y construyo el camino que me alejará del musgo, del estorbo, del engaño, del fraude, en fin, grito la palabra caliente y la riego con la travesura de la otra, y grito fuego, el fuego saliendo de lo circunscrito, lo que no dijiste y debiste decir, y como ya soy tan joven, no acepto jugar con las leyes de una vida ingrata, he sido novata y sirena, todo lo rebobino y sólo soy una abeja recolectando miel, esculpiendo colmenas, detectando distracciones, fraudes a simple vista, desgarrando el cansado y cristalizado patrón obsoleto de dejarme atrapar, hostil, como si hubiera nacido sin alas, para ser esclava, a diferencia de la escritura. Y entonces, el dueto terminado, dos yo, niña y mujer, a cuatro manos, desde el horno, la de esperarte, la que jugó el juego y fue testigo silencioso y ocular. Y de dos paso a ser uno. Al final del día, al final del mes, con abril dando a luz, en la manifestación de lo probable, en un jarrón de tierra y agua, que reservo para la posrevolución, renacerá entera esta flor que fui, de esta niña mujer, brotará un nuevo brote de libertad.  El embrión temprano de agosto sustituyendo el respaldo de este billete carta, del juego que yo no inventé. Hasta entonces, amor mío, el tiempo sigue siendo extremo, mientras tú silencias el adjetivo y yo te siento imperfecta, que es como decirte al revés y encuentro la manera de gritar adiós, y es demasiado tarde para hacerlo y demasiado temprano para continuar con esta certeza, para tener el coraje de abandonar la fortaleza, como si solo diera vuelta la mesa, agregando una regla hecha por mí, para que sirva de decreto. Nunca será demasiado tarde para ser yo mismo, completo. Seré abril y encontraré mayo. Y debe ser maduro. 


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