Rosenhan y la inversión de la patología
La psicología, entre muchas otras ramas del conocimiento, es una herramienta útil cuando se asocia a la necesidad de practicidad del pensamiento. Un vínculo entre pensamiento y acción. Cuando impartía cursos técnicos de salud mental a estudiantes de entre quince y veintitrés años, para formar técnicos en apoyo psicosocial, impartiendo la asignatura de Psicopatología General, recuerdo las caras de algunos de los estudiantes, divididos en clases de primero, segundo y tercer año. Yo mismo preparé todos los manuales, así como las pruebas de evaluación. En conversaciones informales, pude comprender que en muchos de ellos había conceptos erróneos sobre el tema de la psicología. Y hablamos de la historia de la psicología, antes de entrar en la psicopatología general y específica. Entre estas ideas, dos o tres eran las más estrechamente vinculadas. Los psicólogos eran una especie de magos que querían extraerles los secretos que guardaban, lo otro es que eran inútiles cuando las situaciones eran realmente graves, o peor aún, siempre llegaban tarde, refiriéndose a episodios de suicidio, que la mayoría conocieron, puntualmente, entre su generación y la de sus hermanos. A medida que se discutían los temas, pude ver que su interés disminuía o aumentaba, dependiendo de los temas. Lo que él sabía era que todos querían comprender sus debilidades y fortalezas, su luz y su sombra, así como las de los demás, y eso era suficiente para abrirle el apetito. Y si al principio les parecía rígida, porque quería definir los roles sociales que todos cumplíamos en un salón de clases, ellos se relajaron al verme como uno más, un alumno, que si bien requería trabajo, dedicación y educación, debían dirigirse a mí utilizando el “tú” y nunca “tú”, me veían hacer lo mismo con todos ellos, a todos me dirigía como “vos”, siempre trataba de hacerles entender y no memorizar el material. Utilizando casos prácticos. Utilizando películas, documentales y debates. Visitas de estudio. Informes. Pruebas. Seguimiento de prácticas y aclaración de dudas.
Nunca les dije que ya no me gustaba la psicología. Pero lo fue. Que mi pasión por los temas se estancó cuando, en la práctica, el modelo o teoría que les enseñaba en el contexto histórico, sobre el éxito de los equipos multidisciplinarios, no funcionó o se quedó corto tantas veces. El modelo nos decía que el foco estaba en la salud y no en la enfermedad, de ahí la posibilidad de rehabilitación de patologías, llevando a los pacientes institucionalizados a reintegrarse a la sociedad, con el apoyo complementario de los equipos, en su respectiva reinserción social y laboral. Que en el caso de las adicciones, invertir en prevención primaria, secundaria y terciaria produciría milagros, que promover buenos hábitos, asociados a estas prevenciones, evitaría embarazos no deseados, enfermedades venéreas (sexuales), que la socialización y la escolarización obligatoria evitarían el desempleo, el uso del escapismo, el riesgo de dobles diagnósticos, vía dependencia química, en fin, que el equipo multidisciplinario compuesto por diversos elementos, del psiquiatra al psicólogo, de la enfermera al nutricionista, del trabajador social al educador, cambiaría el rumbo con el que se trataría la enfermedad mental (o enfermedades mentales). El modelo era correcto, su aplicación dejaba que desear. Se olvidaron de mencionar que no se considerarían vicios y conexiones institucionales, competencias entre profesionales y animosidades y que los pacientes no dejarían de estar sujetos al proceso xis o ypsol, al diagnóstico de psicosis o depresión mayor y, en última instancia, la persona siempre estaría bajo su propio riesgo. A pesar de la buena voluntad de muchos, el modelo que sigue vigente y produce resultados ambivalentes, se dice que por falta de recursos económicos o de recursos humanos, o por cualquier otra carencia, es lo que tenemos. No es culpa del modelo, ni del paciente, ni de la enfermedad, ni de la salud, ni del dinero, ni de la competencia, y menos aún de la competencia. Lo que no consideró el modelo es que todos somos iguales, todos humanos, demasiado humanos, y el error es parte del progreso, del proceso. Quitad la pretensión de ser dioses, de ser inmortales físicamente, la pompa y arrogancia con que se visten las clases sociales, quitad el clubismo, el populismo, la esclavitud de las creencias, la adulación a los opulentos, los privilegios y todos los ismos y alfombras rojas a los pobres, terminaremos todos, tirados en la caja ovalada o rectangular, en la pira, o en la zanja, confundiéndose el juego de la vida en el engaño de la muerte. Para que la salud mental y física funcione a nivel generalizado, tendríamos que amar al prójimo como a nosotros mismos, y ni siquiera sabemos cómo hacer eso, y si lo sabemos, nos quedamos ahí, porque a ellos les toca amar el ombligo del otro. Hay que mirar el mundo desde una perspectiva de salud, sí, pero entendiendo y explicando los mecanismos (estrategias de afrontamiento) y los preciosismos (herramientas adecuadas de conocimiento) y centrándose en la globalización del bienestar. He escuchado a mucha gente buena hablar sobre el altruismo, pero he visto a poca gente practicarlo. Y se alimentan los clichés de la empatía, pero el amiguismo sigue, la marginación se da todos los días, basta con ver los centros de empleo, los juzgados, las cámaras, los parlamentos, llenos de gente llena de buena voluntad. La gran mayoría de los estudiantes que siguen el camino vocacional son jóvenes con expectativas de un futuro brillante. Muchos de ellos, si pudieran, estarían en la universidad, en el teatro, en talleres mecánicos, en campos de fútbol, en pistas de coches, conduciendo globos, haciendo películas, cocinando, dirigiendo equipos, enseñando, haciendo jardinería, cantando, bailando. ¿Cuando empezamos a castrar a los humanos? ¿Cuando instalamos el sistema de manipulación o abducción en el planeta? ¿Fue cuando se descubrió que podíamos vivir mejor unos que otros? Fue ciertamente cuando se descubrió que los medicamentos que no curan y, por el contrario, enferman al hombre, pero mantienen a los pacientes fieles a la dulce ilusión de prolongar la curación, que es la elección entre eliminar la garrapata o volverse inmune a las garrapatas.
Necesitamos mirar con cierta clarividencia, a esa parte de nosotros que se llama intuición y que nos lleva al conocimiento interior de nosotros mismos. La pura racionalización del sistema psicológico y psicopatológico necesita otra perspectiva, menos técnica, más completa, más inteligente y menos burocrática. Para cambiar lo social colectivo, necesitamos mirar hacia dentro. Quiénes somos, por qué somos, quién nos hace ser como somos. Encontrar la “clave” de ese yo interior que nos haga aceptar que todos somos iguales dentro de las diferencias que nos hacen únicos y que todos necesitamos encajar en la realidad colectiva, en la que nos sentimos representados. Que la psicopatología no es un lugar de exclusión, ni de etiquetas, ni de reyes ni de mendigos. Que está en manos de todos, de cada uno de nosotros, intervenir en el cambio colectivo y que sólo podremos hacerlo cuando finalmente nos demos cuenta de quiénes somos, con nuestras virtudes, defectos y traumas. El cambio que queremos ver reflejado en el todo debe verse y operarse dentro de nosotros mismos. Ese juicio fácil nos lleva a limitaciones, que nos hace, la mayoría de las veces, proyectar nuestros miedos y partes de nosotros mismos en los demás, que no promueve el cambio, sino la continuidad de aquello que pretendemos cambiar (puede ser un ejemplo de ello la psicología inversa, que, entre otros campos, convive en el marketing), en los ámbitos relacionales, y que no siempre se traduce en valor añadido, que el estigma se asemeja a una señal de intransigencia frente a la diferencia, cuando lo que deberíamos cuidar y salvaguardar es esta diferencia y el respeto a la misma, que ayudar a los demás es la capacidad de extender la comprensión a un campo más amplio que el límite de nuestro ombligo, es decir, la empatía y la compasión son, sin límites, recursos más ricos, más satisfactorios, garantizadores de resultados terapéuticos eficaces, así como el diálogo y la apertura al progreso y mejora social y que, al converger con los demás, estamos, una vez más, ampliando el campo de posibilidades en nuestra propia vida. Es una cuestión de matemática relacional afectiva. Una suma que suma y no resta. Y eso también es psicología, no sólo métodos, teorías y técnicas, sino también lo que no se ve y debe estar presente, la humanización de la psicología para la ecuación de la reducción de la psicopatología colectiva. Si estar sano, física o psicológicamente, significa abrir el campo mental a la comprensión de nosotros mismos y de los otros (la gestalt del ser biopsicosocial), la particularización de los síntomas debería ser la suma de las partes, lo que no requeriría un diagnóstico reductivo, sino un pronóstico y un compromiso mucho más conciliador y positivista. Ante la incertidumbre del futuro, la inseguridad y fragilidad de un entorno adverso, la competitividad de lo desconocido, todos somos iguales, resilientes o incapaces. Lo que nos hace únicos y desarrolla la motivación en nosotros patrocinará la salud mental. Y si, transformando la punta del iceberg del tejido social, donde se desarrollan los dramas, conseguimos desdramatizar el entorno, estamos promoviendo la salud, transversalmente. Y, después de todo, lo que no les dije a mis alumnos y debí haberles dicho es que no me gusta ver progresión en las enfermedades mentales, y la psicología asociada a otros ismos tiene en sí misma la capacidad de ejercer un cambio positivo en los entornos en los que circulamos. Creo en la remisión de patologías, dada nuestra capacidad ilimitada de desarrollar compasión y empatía en el futuro.
No somos sólo lo que ves, no estamos limitados. Necesitamos humanizar la sociedad a través de una perspectiva menos clínica (menos cínica) y más realista, menos prejuiciosa y más humanista, si queremos construir sociedades saludables. Y tenemos la inteligencia para hacerlo. Lo único que necesitamos ahora es compromiso y voluntad. Quizás la enorme figura de la humanidad elevada al poder de lo divino dentro de nosotros. Prólogo de António Lobo Antunes: "Somos casas muy grandes, muy largas. Es como si viviéramos sólo en una o dos habitaciones. A veces, por miedo o por ceguera, no abrimos las puertas".
Noticias diarias (2004) António Lobo Antunes
Comentários