Rigor ATP o Viventium

 


Hoy morí. No, clínicamente hablando. Ese impacto brutal, como un shock –en la terapia de shock, la narrativa se espesa, frente al objeto del terror– no fue anafiláctico, pero fue, sin embargo, letal. yo mori Y lo he estado pidiendo durante tanto tiempo. Hoy lograste saciar mis ganas de mirarte. Hoy, esta oscuridad a la que me he acostumbrado (igual que los sirvientes prisioneros de la alegoría), me dejé vencer por mis ojos, hasta quedar ciego, hasta que mis arterias fueron advertidas, todavía me tomó unos segundos llegar al discernimiento. Como quedar atrapado en un trueno. No, mejor. Como si un trueno me hubiera empujado contra la pared, sin respiro, sin escapatoria, sin lucha, sin disfraz alguno. Tus ojos desparejados huyeron, como ya había adivinado, pero llegaste y eso fue todo lo que importó. Sacudiste las estructuras de este edificio que pensé que era YO, pero no era yo. Fue un vistazo de quién soy, allí resignado, domesticado, esperando la tormenta. Y llegó, palpitante, llovió a cántaros, copos de nieve se deslizaron por los muebles, por las cajas de libros, sobre el aparador, al roce de las manos, el glaciar se derritió. Algo murió en mí y no era lo otro, era la sombra de lo que era, no de lo que soy. Crecí huyendo de las dagas, te vi alzarte sobre mí y no me retiré de la escena. Me acabo de volver más duro. Aunque mi cuerpo sufrió el golpe, el golpe de lo repentino con que llegaste. Me quedé congelado. Hay quienes afirman que el rigor mortis se produce cuando el trifosfato de adenosina ya no contiene energía, cuando la batería se agota, se teje el sudario, en el shock se dibuja, sucede, el cuerpo se pone rígido, la sonda que está escrutando los signos vitales, no debitó la muerte, no la, como ustedes la conocen, la que se traduce en rigor mortis, en esa rigidez corporal. En la parada del fluir de la savia divina. El proceso se invirtió. Cuando digo que he muerto, sé que una parte de mí todavía no se ha acostumbrado a este ego finito. Que el ego es resistente, que se complace en los fracasos y en las victorias, en las luchas y en las ensoñaciones ilusorias. Mi ego murió, en el buen sentido. Resistí el impacto de tu ausencia y, por más fuerte que cayera, resistí el impacto de tu vida frente a mí, pero no eras tú. Viniste armado con seguridad, códigos y frecuencias no muy sutiles, oscilantes, y Dios quiso detener el tiempo, hacerme de nuevo, como un pequeño trozo de barro, en sus hábiles manos, ganando tono, de vida, quiero decir de ego contritum.

Y ahora, en este tiempo llamado ahora, yace mi ego, en los restos de lo que fui, del amor que tuve por otros, especialmente por ti, peculiares trozos de hilo trenzado, vetas bordadas de oro, para nada inhumanas, y si por ti viví mil años, por ti muero mil más, agradeciéndote la lección que me diste, por amor moriste por mí, quiso Dios que por mi gran amor, me mataras. Así sea. Amén. Mi amor continúa. Lo que murió fue el ego.


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