Un último cigarrillo
La ansiedad es una criatura peluda, áspera y hambrienta.
Le digo a mi hermano que deje de comer como come, a las dos y a las tres, porque sé que su hambre se llama ansiedad, miedo, preocupación y tiene todo que ver con el futuro. Eso no nos pertenece. Podemos verlo en los resultados de las elecciones. No hay milagros. Somos espejos con piernas y brazos y servimos, en última instancia, para que los demás puedan mirarse y verse, en nuestros defectos y rasgos. También estoy ansioso, asustado, de hecho, aterrorizado. Ambos tenemos una madre débil, frágil, vulnerable y anciana. Ambos sabemos que el futuro lleva consigo un signo de interrogación que nos provoca incertidumbre, sin embargo, también sabemos, de la peor manera, por los sucesivos duelos que hemos vivido desde la infancia, que tras un signo de interrogación vendrá la desaparición, el desapego, el dolor, la incapacidad y la impotencia para contener el aluvión de emociones de nuestra luna que se traduce en pérdida. Y nosotros, él y yo, ya hemos experimentado el dolor de perder el sol, la pérdida de Júpiter, nuestro hermano menor, y luego la pérdida de nuestros abuelos, del resto de nuestros familiares y amigos cercanos. Perder es, en nosotros, el dolor de la incapacidad de superar la muerte. Para ellos, ¡liberación del yugo, del juego, de la vida que siempre nos engaña, que siempre nos distrae, entre esto y aquello! Allí caeremos, en ese dolor mezquino y agudo, hasta que el tiempo y la sal nos carcoman la falta de la luna, de cualquier luna, sea buena o menos luna o más mercurial o más uraniana o plutónica. ¿Qué importa cómo llamemos a nuestro dolor, si siempre es oscuro y frío, si siempre es repentino y ladrador?
Estoy intentando dejar de fumar, Antero también quería, debería, podría, porque nuestra fuerza de voluntad no está a la altura de la gimnasia de ansiedad que hacemos para afrontar las vicisitudes de la vida, los malabarismos que se suceden a lo largo de las horas, cuando intentamos hacer comer a nuestra madre un pudin más, un fruto seco más, una sopa más, una pasta más, un yogur más y con ella es todo menos, menos de todo eso y más desapego, menos de lo que necesita y más de debates políticos, de Júdice, de Marcelo, de Gouveia e Melo, en fin, de los mensajes de Mercurio que siempre la han rodeado, a nuestra madre Géminis. Ayer soñé que estaba acurrucado en una colina alta, llena de flores silvestres, a mi lado estaban Rocky y Kirie, y detrás de mí, una figura familiar me decía que me pusiera el sombrero en la cabeza, mientras recogía caléndulas. Quería tumbarme y rodar allí, pero había zarzas y hormigas grandes. Rodando colina abajo, mientras brillaba el sol, allá arriba y pudiendo ver el cielo alto y azul, con bolas de lana blanca de cordero, marcando, como pequeñas brújulas, mi camino divino. Una bolsa de flores silvestres y mi trono para calmar mi corazón, para reducir la ansiedad que nos traerá un dolor insoportable. Entonces recuerdo las heridas del mundo, las limpiezas étnicas que ocurren a cielo abierto, con nuestra complicidad y silencio, y antes de darme cuenta, ya he fumado el paquete entero de cigarrillos. El próximo domingo celebramos el cumpleaños de nuestra Luna. Habrá dado 81 años de vueltas a la Tierra y habrá dado casi cincuenta y siete de vueltas a mí, mostrándome todas las coordenadas que no debo cruzar, diciéndonos a ambos que ya nos divertimos bastante, Mamá, te quiero, te quiero mucho, en esas delicadas pieles de tus manos, en esa sonrisa que regalas a tus nietos, en ese cinismo sobre el panorama político, y hasta en esa negativa a comer. Madre, ¿a dónde van todos los amores cuando se desprenden de nuestra piel y se sacuden de nuestro horizonte? Mamá, ¿de qué color son los sueños cuando creemos haber llegado a un lugar que creemos que es la meta? Madre, ¿por qué inventaron la ausencia, si sólo ésta existe y nos manda? Mamá, no quiero verte partir, te lo dije muchas veces, más veces de las que pedí irme también, mientras escuchaba el poema de Maria do Rosário Pedreira. Sé que la muerte física es un alivio y una entrega a la plataforma de la evolución, pero madre, ¿podrías quedarte con nosotros un poco más, por favor? ¿Vamos a replanificar la agenda, a cumplir el acuerdo que hicimos el año pasado, de viajar a Grecia? Mamá, ¿vamos a uno de los muchos bailes, con orquesta, y bailamos hasta cansarnos, sentarnos y reírnos como borrachos de alegría? Mamá, quiero dejar de fumar, pero no me dejan, y mi hermano se come sus emociones sin mirarlas, y nosotros somos lo que comemos. Mamá, no comes nada y por eso desapareces. Mamá, ¿por qué no dejaste de fumar antes? Ay madre, extraño esos chistes graciosos que aún me cuentas y callas, las historias de tu infancia que cuando me las cuentas también son mías, ay madre, ¿me avisarás antes de irte para poder prepararme? Madre, un último cigarrillo antes de resucitar, para besar o dar una bofetada a la vida por ser represora o complaciente con el dolor humano. Hoy vamos al médico otra vez. No cualquier médico, sino especialistas que tienen aparatos para leer nuestras entrañas, para analizar las células extrañas que, sin autorización previa, circulan dentro de nosotros y se reproducen como animales en celo. Mamá, voy a encargar el pastel de frutas que a todos nos gusta, para que el domingo podamos cantarte y bailar Feliz Cumpleaños. Ahora, guardando el texto, empujo la manta, como empujando a la vida misma, que me cubre, y abro la ventana. Los pájaros que viven en el extranjero cantan, pero no el día de tu cumpleaños, porque trae mala suerte cantar antes. Y fumo lo que digo que siempre será el último cigarrillo del paquete.
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